martes, 18 de septiembre de 2012

Moira


Se encontraba sentada, sus piernas largas dobladas, su espalda recta, las palmas de la mano sobre sus rodillas cara al cielo, sus ojos añil perdidos en el horizonte  viendo caer el atardecer y perdidos en el intenso infinito del mar frente a ella.
En ese momento del día era cuando su cuerpo podía descansar, y respirar la soledad de estar con él, de olor su salitre y de sentir el bosque espeso a su espalda susurrando sus árboles y mientras oír la suave despedida de los pájaros que con la caída del sol se refugiaban para dormir.
Era en esos momentos cuando recordaba otros  de su vida, se veía en medio del poblado corriendo entre sus casa circulares de piedra, jugando con sus hermanos aprendiendo a blandir su espada. En ocasiones se burlaban de ella, pero acabaron por reconocer era muy buena, mejor que muchos con apenas sus dieciséis años y mucho más atractiva para la vista de ellos, su cabellera rojiza trenzada, sus piernas embutidas en los pantalones de piel, su torso resaltado por el pequeño corsé de metal que la protegía, todo mostraba cada movimiento, ligera como una pluma certera con su esbelta espada de plata que para ella era una prolongación de su brazo.
Recordó como el poblado había quedado asombrado en una lucha con Beltrán, perfecta y sensual entre dos guerreros nobles, parecían danzar , uno frente al otro, hacia delante hacia atrás mandoble tras mandoble, así un buen rato hasta que sus espadas se cruzaron creando frente a ellos una equis perfecta y separados solo por el frio metal, sus ojos se enfrentaron, el azul intenso de ella, fundido en los negros de él, un fragmento de tiempo y Beltrán la venció, quedando ella perdida en la lucha y en el negro de sus ojos.
Sus recuerdos volaban y de pronto volvió a sus dieciocho años, se encontraba al lado de su madre, con el corazón en un puño y curando las manos de Beltrán, que en ese momento tenían llagas y la piel le caía a trozos por las quemaduras.
Llevaba años ayudando y viendo a su madre curar a la gente, conocía las plantas y hierbas del bosque y como usarlas, en esos momentos estaba preparando la sábila para las heridas del chico, después las vendaría, y al cabo de unos días usarían de la colmena un antiséptico, así cicatrizarían sin secuelas.
Sin ella y su madre Beltrán no sería ahora el mejor guerrero, su mejor amigo, y su maestro con la espada.
La noche que curó a Beltrán, su padre le revelo que ella sería la siguiente Druida en la familia, no sería ninguno de sus hermanos, ella poseía los dones, sabía curar, podía leer las estrellas, dominaba las armas, sobre todo la espada, era dócil con la gente pero firme, pero  lo que la hacía diferente eran sus visiones, esas donde le era revelado el futuro, el pasado  e incluso cosas que a veces hubiera preferido no saber.
Fue ese día cuando cerró su corazón al amor, guardo sus sentimientos y se alejo del poblado para vivir en el bosque.
Moira salió de su letargo, flexiono sus piernas las estiro, levanto y se interno en el bosque, el olor a tierra humedecida, las hojas otoñales desprendiendo sus intensos dorados por doquier, reconfortando su espíritu, decidió en ese momento vivir su destino como si fuera acabar ese mismo día.
Cuando llego al centro del bosque observo la espalda ancha, sus fuertes brazos blandiendo la espada que cortaba el intenso aire, rompiendo el silencio de la espesura salvaje, una y otra vez como luchando contra un fantasma. Al cabo de un rato lo llamo, Beltrán dejo caer la espada y busco a Moira con la mirada a través del verde bosque. 
_ ¡Hola!  No sé como lo logras hacer, pero eres como parte de este bosque, no logro oírte ni verte hasta que estas a mi lado.
_Es mi casa, mi hogar, mi madre, me protege, cobija, escucha, cuando logres verlo y sentirlo como si fuera parte tuya, me encontrarás fácilmente.
En un movimiento rápido se libero de su manto druídico, descubriendo ante el su esbelto cuerpo embutido en su traje de guerrera, sus blanquecinas y pálidas manos buscaron la espada.
Había llegado la hora de practicar un poco, era el momento donde la veía volar espada en mano cortando lo invisible, era tenerla cerca sin poder tocarla, oírla gemir con voz suave, a causa del ejercicio, para él todo ese juego era sensual a sus sentidos.
De repente se quedo quieta, y antes de acuclillarse, Beltrán vio el miedo reflejado en sus ojos añiles.
_ ¡Moira, Moira! Que sucede.
El silencio invadió todo el espacio, su cuerpo acuclillado, se apoyaba en la espada en su mano ahora a modo de báculo, con su punta clavada en la tierra fresca. Él la conocía en ese momento tenía una de sus visiones.
Se sentó paciente a su lado a esperar a que el trance cesara, cuando eso sucedía solo podía esperar, sus sentidos se aguzaban era el único momento en que ella se encontraba indefensa, quedaba a merced de lo que fuera.
También era el momento en que se podía permitir soñar, donde sus manos anhelantes rozaban sutil su cabello rojo enredando sus mechones entre sus dedos, respirando su esencia de bosque y mar de madre naturaleza; su manos níveas crispadas sobre su cabeza, eran suaves, aun las recordaba de cuando le curaron las suyas, desde ese día la deseaba, deseaba sus labios cerca de los de él.
De pronto oyó un susurro en el aire, una espada cortaba el viento y se detenía sobre su garganta.
_ Beltrán, amigo mío deja de soñar, algún día acabaremos muertos.
_ Yo, yo… Se levantó poco a poco retirando la espada plateada de su garganta y oculto su rubor; su insensatez le deja en evidencia delante de ella. Y no podía permitirse ser vulnerable ante ella.
_ ¿Qué has visto?
_ Muy poco, días terribles, sangre, fuego, dolor.
_No son buenas noticias.
_No, no lo son, en pocos años acabará todo, y serán días tranquilos. Sin embargo ella sonreía
_ ¿Por qué sonríes así?
Ella giro y desaparecía en silencio en el bosque, no podía decirle había visto una niña de cabellos rojos al viento y ojos negros intensos corriendo en la playa, jugando con los animales de su bosque, con una pequeña espadita de madera antes su padre, un niña que traía la paz, una niña que les pertenecía a ellos, pero que no sabía si era parte de su visión o parte de esos sueños silentes de su deseo.

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